martes, 2 de abril de 2013


CIEN AÑOS  DE SOLEDAD 
GABRIEL GARCÍA MARQUEZ

Fueron días negros para el coronel Aureliano Buendía. El presidente de la república le dirigió un  telegrama de pésame, en el que prometía una investigación exhaustiva, y rendía homenaje a los  muertos.
El alcalde se presentó al entierro por orden del presidente, con cuatro coronas fúnebres que  pretendió colocar sobre los ataúdes, pero el coronel lo puso en la calle, esto lo hizo principalmente como una muestra de amistad hacia la familiay luto.
Después del entierro,  Aureliano Buendía redactó y llevó personalmente un telegrama violento para el presidente de la república, que el  telegrafista se negó a tramitar. Entonces lo enriqueció con términos de singular agresividad, lo  metió en un sobre y lo puso al correo. Como le había ocurrido con la muerte de su esposa, como  tantas veces le ocurrió durante la guerra con la muerte de sus mejores amigos, no  experimentaba un sentimiento de pesar, sino una rabia ciega y sin dirección, una extenuante  impotencia.
Llegó hasta denunciar la complicidad del padre Antonio Isabel, por haber marcado a  sus hijos con ceniza indeleble para que fueran identificados por sus enemigos. El decrépito  sacerdote que ya no hilvanaba muy bien las ideas y empezaba a espantar a los feligreses con las disparatadas interpretaciones que intentaba en el púlpito, apareció una tarde en la casa con el  tazón donde preparaba las cenizas del miércoles, y trató de ungir con ellas a toda la familia para  demostrar que se quitaban con agua. Pero el espanto de la desgracia había calado tan hondo, que  ni la misma Fernanda se prestó al experimento, y nunca más se vio un Buendía arrodillado en el  comulgatorio el miércoles de ceniza.
Después de esta tragedia los Buendía rechazaban todo lo relacionado con la religión y se apartaron totalmente de sus creencias, ya que para ellos el iniciar con esta religión había sido muy difícil lo era aún más ahora que se encontraban confundidos y llenos de dolor. Sin embargo no logro recobrar la serenidad en mucho tiempo, abandonó la fabricación de pescaditos, comía a duras penas, y andaba como un sonámbulo por toda la casa,  arrastrando la manta y masticando una cólera sorda. Al cabo de tres meses tenía el pelo  ceniciento, el antiguo bigote de puntas engomadas chorreando sobre los labios sin color, pero en  cambio sus ojos eran otra vez los dos brasas que asustaron a quienes lo vieron nacer y que en otro tiempo hacían rodar las sillas con sólo mirarlas, causaba terror mirarlo y daba una impresión de que el demonio se había apoderado de él, su dolor era tan grande que comenzó a perder la razón nuevamente, encerrándose en su laboratorio a descubrir nuevas cosas pero no conseguía nada.

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