CIEN
AÑOS DE SOLEDAD
GABRIEL GARCÍA MARQUEZ
Fueron
días negros para el coronel Aureliano Buendía. El presidente de la república le
dirigió un telegrama de pésame, en el
que prometía una investigación exhaustiva, y rendía homenaje a los muertos.
El
alcalde se presentó al entierro por orden del presidente, con cuatro coronas
fúnebres que pretendió colocar sobre los
ataúdes, pero el coronel lo puso en la calle, esto lo hizo principalmente como
una muestra de amistad hacia la familiay luto.
Después
del entierro, Aureliano Buendía redactó
y llevó personalmente un telegrama violento para el presidente de la república,
que el telegrafista se negó a tramitar.
Entonces lo enriqueció con términos de singular agresividad, lo metió en un sobre y lo puso al correo. Como
le había ocurrido con la muerte de su esposa, como tantas veces le ocurrió durante la guerra con
la muerte de sus mejores amigos, no experimentaba
un sentimiento de pesar, sino una rabia ciega y sin dirección, una
extenuante impotencia.
Llegó
hasta denunciar la complicidad del padre Antonio Isabel, por haber marcado
a sus hijos con ceniza indeleble para
que fueran identificados por sus enemigos. El decrépito sacerdote que ya no hilvanaba muy bien las
ideas y empezaba a espantar a los feligreses con las disparatadas
interpretaciones que intentaba en el púlpito, apareció una tarde en la casa con
el tazón donde preparaba las cenizas del
miércoles, y trató de ungir con ellas a toda la familia para demostrar que se quitaban con agua. Pero el
espanto de la desgracia había calado tan hondo, que ni la misma Fernanda se prestó al
experimento, y nunca más se vio un Buendía arrodillado en el comulgatorio el miércoles de ceniza.
Después
de esta tragedia los Buendía rechazaban todo lo relacionado con la religión y
se apartaron totalmente de sus creencias, ya que para ellos el iniciar con esta
religión había sido muy difícil lo era aún más ahora que se encontraban
confundidos y llenos de dolor. Sin embargo no logro recobrar la serenidad en
mucho tiempo, abandonó la fabricación de pescaditos, comía a duras penas, y
andaba como un sonámbulo por toda la casa,
arrastrando la manta y masticando una cólera sorda. Al cabo de tres
meses tenía el pelo ceniciento, el
antiguo bigote de puntas engomadas chorreando sobre los labios sin color, pero
en cambio sus ojos eran otra vez los dos
brasas que asustaron a quienes lo vieron nacer y que en otro tiempo hacían
rodar las sillas con sólo mirarlas, causaba terror mirarlo y daba una impresión
de que el demonio se había apoderado de él, su dolor era tan grande que comenzó
a perder la razón nuevamente, encerrándose en su laboratorio a descubrir nuevas
cosas pero no conseguía nada.
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